domingo, 14 de febrero de 2016

Reflexión.

Pobre Garfio, todos lo consideran un pirata malo, el típico de un cuento. Mas yo veo en él tan solo a un pobre infeliz, alguien que ama la libertad a toda costa y no la consigue, siendo preso del propio tiempo que va pasando factura en su mente y en su cuerpo y siendo consciente de que su existencia es cada vez más un sin sentido, cayendo más cada día en las feroces fauces del reloj, tan grandes como las de un cocodrilo, sufriendo cada tic tac que le recuerda el desperdicio que está haciendo de su vida.

Este capitán amargado además está condenado a ver como el eterno Peter Pan, tan jovial y seguro de sí mismo, tiene la capacidad de un niño de verlo todo de colores y de olvidar los problemas poseyendo el poder de reírse de la vida mirándola a la cara. Mientras que él, cuando la vida le dio la espalda tan solo supo bajar la cabeza, oscurecer su mirada y resignarse. ¿Quizá alguien se ha preguntado alguna vez que historia se esconde detrás de este marinero, la cual alimenta su rabia y le enfría mente y corazón? No, nadie nunca lo hizo, ni lo hará… pues es más fácil limitarse a odiar a una persona cuando está sumida en el más profundo sufrimiento y su manera de afrontarlo es encerrándose en sí mismo, incluso contribuir a volverle “malvado” llenando su vida de malas miradas y comentarios dañinos, de suposiciones inciertas y mal intencionados rumores, haciéndole malo a ojos de la sociedad y al final, a sus propios ojos, cuando ya no le queda más remedio que creérselo. Pobre ladrón marino, encerrado dentro de una armadura forjada con crueldad, ferocidad y antipatía, a pesar de que, si alguien se acercara a su garfio, descubriría y no lo dudo, que este “pirata malo’’ no sería capaz de usarlo. Lo que le hacía falta, y lo sabia era una campanilla que iluminara su oscura rutina, una mujer que le volviera todo patas arriba y le hiciera amar la vida, y lo probó, y tuvo la oportunidad, pero todo sea dicho, no supo mantenerlo. Tanto tiempo estando solo desemboca en una gran falta de trato y de saber estar. Y aunque lo intentó, esa no era la manera capitán, no lo era.

Existen muchos capitanes garfios en la vida real, yo conozco alguno y aseguro por experiencia propia que agradecen las muestras de cariño más que nadie, pues las necesitan. Lo que nos hace falta es mirar más profundo y no quedarnos solo con lo que la gente deja ver, a veces se esconden personalidades maravillosas tras esas fachadas tan tímidas como “antipáticas” que sirven de auto protección.