viernes, 25 de septiembre de 2015

Mi luna.

Mira todas las noches a sus estrellas con ternura, no podría querer más  a una que a otra, ni menos a ninguna. Su amor incondicional es el responsable de que aquellos pequeños destellos de luz se conviertan en ejemplares soles algún día, grandes, brillantes y cada uno especial a su manera. Paciente cuida a los suyos, observando con esa mirada de plata y ya sea por tristeza o felicidad derramando alguna que otra lágrima, viviendo para iluminarlos cuando todo lo ven oscuro y disfrutando de las luces de aquellos que gracias a ella brillan, que gracias a ella ya nacen siendo reyes de algo, de su corazón, más grande que cualquier otro reino que ni el más poderoso podría imaginar poseer, porque es un corazón de madre. Ya que una madre mengua y parece consumirse con cada decepción, que aunque no lo merezca se lleva a veces, pero después, siempre perdona, olvida y actúa como si estuviera nueva otra vez y vuelve a desvivirse por los suyos, una madre crece con cada muestra de cariño por parte de sus hijos, a los que cuidará toda su vida y cuando los ve ganar sus metas, levantarse cuando caen, crecer como personas y disfrutar de la vida, justo en esos momentos es cuando ella se llena… se llena de alegría, emoción y orgullo.
Por esto y más, sin ninguna duda para mí mi madre siempre será mi luna.


Desde pequeña he relacionado a mi madre con la luna, cada vez que la veo me recuerda a ella. El origen de esto viene de que en mi primera casa había una columna central que llamaba la atención, o al menos a mí,  porque yo la veía altísima (Yo antes vivía en una de las casas colgantes del casco antiguo y por lo tanto la casa era muy grande y los techos muy altos), la cuestión es que en esa columna había pintados un sol, una luna y dos estrellas, y un día decidí que aquello iba a simbolizar a mi familia, mi padre sería el sol, mi madre la luna y mi hermano y yo las estrellas.
Me gustó esa idea y desde aquel momento le he ido cogiendo más y más cariño, tanto, que en mi actual habitación también tengo dibujados el sol, la luna y las dos estrellas en una pared y algún día estarán en mi piel.

 Echo de menos mi antigua casa, era un sitio especial, mis padres me contaron que la reconstruyeron desde las ruinas cuando eran novios, dicen que toda mi familia ayudo a hacerla, mis abuelos, mis tíos…  tardaron cinco años en acabarla, pero mereció la pena. A veces pienso que deberíamos seguir viviendo allí a pesar de las circunstancias que nos hicieron irnos, pero entonces recuerdo que de alguna forma siempre estaremos allí, aunque nadie lo sepa, bajo capas de la pintura que los nuevos propietarios irán poniendo, en aquella columna.

1 comentario:

  1. ¡Increíble, Lucía!
    ¡Me encanta esta entrada tuya!
    Me gusta mucho como relacionas a la luna con tu madre, está muy bien explicado y transmites mucho de ti con esta entrada. Bajo mi punto de vista, es una de las entradas que he leído que más me han gustado.
    ¡Un beso!

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