Al
acabar de leer la carta esta se le resbaló de las manos, le sudaban, su cuerpo
entero estaba bañado en un desagradable sudor helado. Sintió que toda la
habitación en la que se encontraba empezaba a dar vueltas y su cabeza no cesaba
de reproducir recuerdos confusos de aquella mujer que vivió para él sin él
saberlo. De pronto los oídos dejaron de funcionarle, no oyó a su mayordomo
entrar a toda prisa para socorrerlo, no oyó más tarde a los médicos intentando
hacerle reaccionar… tan solo oía la suave voz de la autora de la carta la cual
repetía “te quiero” una y otra vez. Bajo la molesta luz del hospital su siempre
seductora mirada se apagó y sus ojos se cerraron, y al contrario de lo que su
epitafio mandaba, el no descansó en paz.
Allí donde se encontraba era un lugar tan
taciturno y tranquilo como terrible, un
espacio igual de vacío que lleno, a la
vez oscuro y luminoso, era un sitio completamente inexplicable. Naturalmente él
no sabía dónde estaba ni como situarse, podía avanzar pero sintiendo que no
avanzaba nada realmente pues nada se movía a su paso, pero eso no le preocupaba
y ya se había acostumbrado a ese feroz frío que le hacía permanecer totalmente inmóvil,
aunque podía moverse si lo deseaba al igual que cuando en un sueño corremos,
sentimos, saltamos, etc. mientras que realmente estamos quietos en la cama,
durmiendo. Sí, podría definirse a la muerte como un sueño, un extraño y eterno
sueño.
El
tiempo allí era inmedible por lo tanto no sabría decir cuánto tiempo
transcurrió antes de que se le apareciera delante de él una dulce niña que le
miraba con los ojos repletos de ilusión, él sintió una inmensa ternura y
decidió alargar su mano para acariciar la cara de su admiradora, pero cuando
estuvo lo suficientemente cerca ella se esfumó, como desaparecía el humo de los
cigarrillos que él solía fumar en vida, a continuación, divisó a lo lejos una
bonita silueta de una bella joven, por la que se sintió terriblemente atraído,
veía como se acercaba nerviosa e impaciente y comenzó a correr hacia ella, pero
por más que lo intentaba no lograba alcanzarla, finalmente desistió exhausto y
la chica se evaporó. Él se dejó caer agotado y entonces notó como unas finas
manos de mujer le acariciaban, disfrutó de aquella sensación que le resultó
deliciosa durante un momento, después quiso ver el rostro de la dueña de esas
caricias y le pareció un rostro tan delicado y encantador que no pudo reprimir
las ganas de besarle, más cuando sus labios casi rozaban los suyos ella se
convirtió en polvo. Todo aquello era muy inquietante y frustrante. De pronto el
señor R era diminuto y se encontraba en un escritorio de madera donde una
débil, triste y preciosa mujer escribía temblorosa, él se acerco al papel y
pudo leer “Nuestro hijo murió ayer, y tú no le has conocido nunca” entonces,
intranquilo echó un vistazo a la cama que había allí al lado, donde un niño que
compartía sus rasgos yacía muerto. Ahora todo volvió a desaparecer y de nuevo
el señor R. se encontraba en el vacío. Todas estas imágenes se repetían continuamente,
la niña, la joven, la sensual mujer y la quebrada madre con su hijo muerto,
quienes eran ahora para el novelista, dos perfectos desconocidos a los que sentía
conocer muy bien.
Ese bucle no paró jamás y se convirtió en una
tortura, el señor R. comprendió el
sufrimiento de la mujer que había escrito la carta, pues ahora era el mismo el
que sufría el querer tener a alguien y no poder, pues cuando casi parecía tener
a su hijo y a la perfecta desconocida que por fin reconocía, estos desaparecían.
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